Ética de Progreso en Tiempo de Crisis

Alterius non sit qui suus esse potest
(Que no sea de otro quien puede ser dueño de si mismo)
Paracelso [Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim ](1493-1541)

“...la salud es un bien de consumo que hay que saber administrar”

Referente a la conducta humana, casi todo está escrito en la historia de las civilizaciones, porque las conductas, igual que las enfermedades infecciosas, se contagian de unos a otros, como decía Francis Bacon. Las rencillas personales, los conflictos de interés, las envidias, la pugna por el poder, el despilfarro irracional y la traición están en la sustancia de las desgracias que han afligido a la humanidad a lo largo de los tiempos. Lo único que diferencia al hombre de otras especies, supuestamente inferiores, es la capacidad de progreso científico y técnico; pero cuando el progreso tecnológico se adelanta demasiado a la posibilidad de su uso racional en beneficio de la especie, entonces surgen serios problemas; el propio progreso puede convertirse en un elemento destructivo en el plano moral, físico y emocional. Cuando una sociedad no sabe manejar ecuánimemente su status de progreso entra en crisis. Cuando una madre de familia no es capaz de lograr un equilibrio entre autoridad, educación y gestión de recursos materiales y emocionales, se instala la inestabilidad familiar. Cuando una empresa es incapaz de crecer sin que los gastos superen a los ingresos, está cociendo su quiebra. Cuando en un mundo globalizado los extremos están muy distantes, la tormenta de la desigualdad presagia catástrofes.
Este es el escenario en el que se ha gestado la crisis actual, en la que se pretende tratar el daño económico, ignorando que el diagnóstico del problema anticipa lesiones mucho más profundas en el maltrecho organismo de nuestra sociedad. El apósito económico no va a resolver la grave crisis que afecta al sistema educativo, donde el conocimiento, el esfuerzo y la autoridad del maestro han sido infectados por el microbio de la mediocridad. Si el niño no es educado en la ética de la virtud, no se puede esperar que el joven admire y respete el valor de la sapiencia que debiera emanar del entorno académico, donde se forma el espíritu de los creadores de futuro. Si la escuela no enseña los errores y los aciertos del pasado, es fácil sucumbir a un futuro sectario y errático. Invertir en educación nunca será censurable; pero el modelo educativo no puede ser doctrinario en una sociedad libre y madura. Hay que educar para la libertad, porque quien entiende la libertad practica el respeto. Decía Confucio que donde hay educación no hay distinción de clases. Para Cicerón, la formación y la instrucción eran el verdadero alimento del alma.
La venda de la economía tampoco va a tapar la profunda herida de un mercado laboral atrapado en la gangrena de un sindicalismo decimonónico y un tejido empresarial a la defensiva; no va a simplificar el proceso de creación de empresas, cargado de burocracia estéril y desigualdad territorial; no va a acabar con la perversión de la beneficencia y el clientelismo como reserva de voto cautivo; no va a iluminar a los emprendedores para que se convenzan de que en la creatividad está el futuro, mientras luchan contra la carrera de obstáculos que les impide hacer prácticas sus ideas por falta de recursos; ni va a hacer ver a los funcionarios públicos que tienen el privilegio de ser servidores de la sociedad que les mantiene y que los cargos vitalicios son una anacronía decadente.
La crisis financiera ha destapado un modelo social en crisis que deja en muy mal lugar a políticos y banqueros, miembros de faunas que se retroalimentan en sus respectivas selvas de poder. Su irresponsabilidad compartida nos ha conducido a décadas de hipoteca en posibilidades de progreso, competitividad y bienestar, con un grave cercenamiento de la economía personal, familiar, empresarial y nacional. Si una justicia independiente no es capaz de dar un escarmiento ejemplar a quienes han gestionado fraudulentamente los recursos públicos y traicionado la confianza que otorgan las urnas, mal servicio hará la justicia a esta sociedad, también lastrada en la ejecución de las leyes que regulan la convivencia.
El empobrecimiento colectivo nos ha venido a demostrar que la salud es un bien de consumo que hay que saber administrar. La enfermedad es mucho más cara que la salud; por eso, una sociedad moderna tiene que ubicarse en claves de prevención y atención a la salud para minimizar las consecuencias de la enfermedad. Usuarios, personal sanitario, proveedores de servicios y administradores tienen que prepararse para tiempos de escasez en los que se debiera gestar un nuevo modelo de sanidad centrado en el paciente y no en la burocracia y prebendas del sistema. Es paradójico que, ante los recortes a los servicios sanitarios, en vez de protestar los usuarios, que son los que mantienen al sistema con sus cotizaciones, protesten todos los que se están beneficiando del modelo que hoy se desploma y al que han estado ordeñando irresponsablemente por décadas, desconsiderando la evidencia de que toda ubre se seca.
La crisis descompone; y cuando más necesaria es la unidad para superar común. Debiera cambiar la vieja teoría de Bakunin, según la cual todo Estado, como toda teología, supone al hombre esencialmente perverso; no debiera olvidarse la ironía de Claude F. Bastiat cuando decía que todo el mundo quiere vivir a expensas del Estado, ignorando que el Estado quiere vivir a expensas de todo el mundo; y sigue estando de actualidad Demócrito al decir que “un buen hombre puede vivir en cualquier país, porque para los virtuosos la patria es cualquier lugar”.

“...donde hay educación no hay distinción de clases”

En esta travesía compleja, donde el modelo social se balancea de la opulencia a la pobreza, del crecimiento a la recesión, de la euforia a la apatía, de la confianza a la desilusión, la necesidad agudiza el ingenio para lo bueno y para lo malo. En tiempo de crisis se multiplican las carencias; se destapa el fino velo que camufla la debilidad; se crean relaciones de dependencia que precipitan aversiones y fantasías de independencia; se forman bandas de complicidad; se desajustan los fulcros que dan equilibrio a la balanza; el materialismo se afianza en la frugal materia, y el espiritualismo se eleva en un vuelo angelical de mística imposible. La crisis propicia la resurrección de la ideología asfixiada en el vacío de capital. Es un tiempo propicio para las contradicciones. En tiempo de crisis se revitaliza el aliorum iudicio permulta nobis et facienda et non facienda et mutanda et corrigenda sunt de Marco Tulio Cicerón (al parecer de otros, gran cantidad de cosas deben ser hechas, omitidas, cambiadas y corregidas por nosotros). La gran paradoja es pedir a quienes son culpables del desastre que se conviertan en redentores. El verdugo no puede salvarnos la vida, porque cobra por matar. Tampoco podemos echarnos en brazos de los que practican el pecato tacituratis (pecado del silencio), porque ellos son cómplices cobardes de la gran mentira política que habla de igualdad y cultiva la asimetría.
El modelo de sociedad actual está en crisis porque hemos ido destruyendo los valores que dieron forma y sentido a este modelo sin que hayamos sido capaces de sustituirlos por valores nuevos, acordes al tiempo que nos toca vivir, fortalecidos por el compromiso y la ejemplaridad. En términos tecnológicos, los animales de tiro han sido sustituidos por tractores, la mano de obra humana por máquinas y robots, el cálculo y el funcionamiento de sistemas por ordenadores, el teléfono por cable por la telefonía móvil y por los sistemas de telecomunicaciones que inundan el ciberespacio. En términos de salud, muchas enfermedades infecciosas son curables con antibióticos, antivirales y antifúngicos; como problema de salud en las sociedades desarrolladas han sido sustituidas por enfermedades degenerativas, vasculares y cáncer, pero no hemos logrado que nuestro estilo de vida nos ayude a preservar la salud, de lo contrario no habría un 30% de obesidad, el abusivo consumo de tóxicos, la creciente contaminación medioambiental y los hábitos autodestructivos que jalonan nuestras relaciones humanas; hemos mejorado la esperanza de vida, pero no hemos sido capaces todavía de encontrar la fórmula que dignifique la vida de nuestros mayores para que disfruten de una vejez salubre y libre de discapacidad; hemos sustituido los asilos por el eufemismo de los centros geriátricos, pero no les hemos librado del halo de tristeza, soledad y aislamiento que les convierte en espectros sepulcrales; hemos sustituido a Cristo crucificado por Carl Marx o Che Guevara, Manolo Escobar por Bruce Springsteen, los poemas de Antonio Machado, Miguel Hernández o Walt Whitman por los de Bob Marley, Desmond Dekker, Marshall Bruce Mathers (Eminem) y sus colegas de Rap, Hip-Hop y Reggae, la bandera de España por la bandera de nuestra comunidad o la de la Unión Europea, Balay por Miele, Cortefiel por Cristian Dior, Maderas de Oriente por Chanel, Floyd por Hugo Boss, el ultramarinos por Mercadona, Carrefour o el Corte Inglés, la Biblia por el Hola… hemos cambiado muchas cosas externas, pero no hemos renovado el interior. Hemos llegado a creer que lo que nuestros antepasados conseguían en una vida nosotros lo podíamos conseguir en un paso o en una maniobra de éxito; nos bastaba un coche y comprábamos dos; no teníamos tiempo para limpiar nuestra vivienda habitual y nos empeñábamos en la compra de una casa de campo o playa; teníamos lo justo para vivir y pedíamos créditos para ir de vacaciones; éramos enanos y nos imaginábamos gigantes; éramos culturalmente justitos y nos creíamos superiores soterrados de complejos; éramos calvos y nos veíamos con melena; teníamos en el origen cierto sentido de la moralidad y nos lanzamos al desenfreno; saltamos de la realidad de un mundo en desarrollo a un universo de fantasía; incluso llegamos a creer que teníamos una democracia madura, cuando en realidad somos simples aprendices de ambición autárquica. El modelo se fue desfigurando, degradando y corrompiendo hasta perder su identidad y saltar por los aires. Lo que más llama la atención es el deterioro económico porque la quiebra nos impide seguir cambiando los elementos externos, la ornamentación de nuestro decorado existencial; y nos preocupamos por restaurar el equilibrio económico para poder subsistir; pero estamos haciendo poco por restaurar el equilibrio interior, por reengancharnos al compromiso del sacrifico y el esfuerzo que un día hicieron que hubiese brotes de prosperidad que arruinamos con nuestra soberbia, por construir una ética y una moral de progreso que nos ayude a desarrollarnos con honradez, por edificar nuevas normas de convivencia en las que tenga cabida la pluralidad, por sustituir la avaricia y la ambición patológica por códigos de conducta que premien el esfuerzo honesto y penalicen la especulación y el engaño, por profesionalizar los servicios fundamentales que dan soporte a una sociedad moderna para desarrollarse en armonía (educación, sanidad, justicia, trabajo, ciencia, tecnología, cultura, información), por mirar al futuro con humildad y esperanza, siguiendo el allere flammam veritatis (que alumbre la llama de la verdad).
El camino de la confrontación social alimentado por el ruido mediático lleva al cementerio de la discordia donde se perpetúa el desencuentro. Este momento requiere reflexión, concordia y acción ponderada. Decía Friedrich Nietzsche que el camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio. La algarabía mediática, prisionera de las audiencias y de la compra-venta de voluntades, no contribuye a la reflexión serena sino al debate bélico; no apacigua, alborota; no educa, desinforma. Este mundo de contaminación acústica, alejado de la serenidad espiritual, necesita insonorizarse frente a la necedad, la provocación, la irritación y el estruendo mediático. Del ruido difícilmente brota la virtud. Aunque no esté de moda, “el silencio es la primera piedra del templo de la filosofía”, decía Pitágoras.
Si no modificamos las pautas de nuestras costumbres, saldremos en falso de ésta, e incurriremos en otra peor. Recomendaba Immanuel Kant: “Obra siempre de modo que tu conducta pueda servir de principio a una ley universal”.

Ramón Cacabelos

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